Todo comenzó una tarde de otoño. Un viernes como tantos otros en mi trabajo frente a mis dos pantallas, mis tableros y su abundancia de cifras. Soñaba con un viaje, un descubrimiento, una novedad que le daría un aire nuevo a esta monotonía. Me acordé de que en estos días se daba un concierto de una excelente artista, Concha Buika. Pero no había podido encontrar una entrada porque todas habían sido vendidas desde el anuncio del evento. Respiré profundamente aceptando que este fin de semana me lo pasaría tranquila en casa. Así sucedió mi noche, de canciones en canciones conversando a solas con mi cigarrillo y mi trago casero, whisky-cola sobre hielo. Nada mejor que encontrarse a si mismo.
Por el cansancio acumulado, me levanté acerca de las dos de la tarde el sábado sin ganas de nada. Hasta que volvió a mi mente su recuerdo, Buika y su concierto. Algo me decía que no lo podía dejar ir, que algo insólito me esperaba allá. Empecé a rebuscar sin parrar en internet en búsqueda de una entrada. Las horas pasaban y mis ganas no se morían. Una fuerza extranjera a mi cuerpo me empujaba. Cuando de repente tropecé con un anuncio de reventa de un ticket. Este lunes en Paris?! No lo pensé ni 30 segundos, cegada por el impulso instintivo. Esperaba la confirmación del vendedor, no llegaba y ya eran las seis de la madrugada del domingo.
Al despertarme, dos mensajes me esperaban en mi buzón de correo electrónico de un extraño. El primero me indicaba que podríamos coordinar un encuentro en Paris y el segundo cancelaba la venta porque seguro era un error ya que vivía en otro país. La angustia me ataco y comencé a teclear frenéticamente justificando mi compra y lo serio que era. No recibía respuesta. Me tenía agobiada la situación. Sin su ratificación, no podía comprar mis boletos de tren faltando menos de 24 horas ante mi posible departo, ni reservar un hotel para la noche de lunes a martes. Pero no lo iba a dejar escapar, ya estaba tan cerca de lo factible. Siempre he sido de las personas que cuando quieren algo hacen lo posible y lo imposible para obtenerlo. El vendedor tenia un nombre tan peculiar, Maxime Desoranges, que pensé “ni modo de seguro lo encuentro en Facebook y no lo podre confundir con otro”. Y así fue. Lo agregue reafirmando mi deseo inmenso de poder asistir al concierto. Bajo el atardecer sobre las hojas color azafrán, recibí un mensaje convalidando la venta y el lugar de encuentro con la hora. Que alivio que recogió! Pero aun no tenía ni hotel, ni tren, ni ropas, ni el trabajo avisado. Así que de pronto, me hice propietaria de un pasaje de tren con llegada a París-Nord, huésped de un hotel en los alrededores, acomodadora de ropas y planificadora de viaje: “Que si empezó en mi trabajo a las 7h30 podría salir a las 16h00. Tomar el tren de las 17h43 en la Gare du Midi en Bruselas para arribar a las 19h05, encontrarme con el chico a las 19h15 en la Gare de l’Est. Pasar por el hotel corriendo para dejar mis cosas y luego saltar en un metro Parisino hasta la sala Bataclan para ver aparecer sobre la escena a Buika a las 20h. Tremendo y largo día que me esperaba.” Y así fue… o así no fue. La vida siempre nos tiene sorpresas: algunas veces buenas y otras malas.
Lunes 7h00, al encender la radio me enterró que hay huelga con unos 5000 tractores de lecheros en mi ciudad que podrían ocasionar tapones de horas. Todo el plan se derrumba en unas cuantas palabras. Como siempre, no? No se necesita un largo discurso para eso. Pero a veces el universo colapsa en nuestro favor. De ese paro anunciado, no oí ni el eco de los cláxones, como si todos los lecheros se hubieran apartado de mi camino para dejarme ir hacia mi destino.
Paris
Paris y su Gare du Nord, edificio monumental que desconocía por haber rodado desde siempre conduciendo en mi coche de la Tour Eiffel, al barrio de Montmartre, pasando por l’Avenue des Champs Elysées. Estructura impresionante de arquitectura neoclásica, flujo de cientos de individuos, me siento perdida en el pabellón central con vidriera. No sé si irme a la derecha o la izquierda. Salgo por las puertas frente a mí y para variar el navegador supersónico de mi celular no funciona. Un mapa en una estación de buses me ojea y yo le caigo atrás como si fuera mi salva vida. Me percato de donde estoy y que solo tengo que bajar dos cuadras. Camino rápido al costado de parisinos apurados, supongo apresurados por besar a sus parejas, abrazar sus hijos, calentarse el alma en su hogar después de un duro día de labor. El chico, Maxime, esta de pie frente a la Gare de l’Est, es alto, ni gordo, ni flaco, unos cabellos rubios cortos despeinados como si alguien le viniera de pasar la mano. No me he fijado en su edad en su perfil, pero diría a la vista unos 29 o quizás 28, no pasa de 30 anos. En sus ojos azules se le nota lo seguro y confiable, respira lo sano y los pocos vicios. Me pregunto si no es una inconciencia e irracionalidad fiarse en nuestras primeras impresiones? Son las 19h20, no tengo mucho tiempo para estudiarlo y decorticarme neurona por neurona para tomar una decisión. Le propongo acompañarme para hacer una breve alta en mi hotel, cambiarme de camisa y tirar mi mochila con mis otros necesarios sobre la cama.
Maxime, resulta coincidir con mi buena primera impresión, se queda esperando en la recepción. Andamos, inquietos por la hora, en el metro con destino al Bataclan, me cuenta que nos alcanzará una amiga argentina. Lo escucho de forma distraída, más pendiente del tiempo, del momento que voy a vivir, del lugar en el cual me encuentro. No me gusta el metro de París. Es sucio e al subir las escalares de la salida, tengo la incomoda sensación de salir de una prisión por los pasillos con ladrillos que separan el estrecho corredor de los que entran y los que se van. Por fin, estamos frente al letrero anunciando BUIKA. Entramos, la sala esta repleta, todas las sillas están tomadas, los boletos dicen “assis placement libres”. Nos quedamos de pie, escuchando la primera parte del concierto por un artista haitiano. Noto Maxime un poco preocupado porque no llega su amiga. Me adoso a una columna donde hay una escalerita.
Los minutos pasan, la ansiedad se intensifica proporcionalmente a la espera. Siento la presencia de alguien a mi derecha a menos de un metro. De reojo hecho un vistazo: es una chica sentándose sobre la escalerita. Volteo un poco más el busto para mirarla mejor y me percato de sus ojos “noisette” que me sonríen. Su piel color caramelo dorado se combina perfectamente con sus largos cabellos negros que retumban sobre su hombro izquierdo hasta el nivel de su seno. Entiendo al ver la mirada amical de Maxime que ella es su amiga. La saludo con mi media sonrisa y ella hace lo mismo mientras está arreglando el zoom de su cámara. Maxime, que se había quedado un poco atrás, se acerca y ella propone de tirarnos una foto. “Seguro para ver que tal el zoom y la luminosidad”, pienso. Ella resplandece en la oscuridad de la sala. Por suerte, una pareja nos cede sus asientos para ir hacia otros aun mas cercanos de la escena. Ella se sienta y me invita a sentarme al lado suyo. Maxime, galante hombre, se queda parrado al costado. Intercambiamos unas cuantas palabras sobre sus origines, su nombre Amanda, su presencia en Paris, sus 28 anos, su nueva vida con las dificultades de su cotidiano. Las luces amarillosas iluminan el escenario y Buika aparece bajo un recital de aplausos. El concierto es magnifico, disfruto de Buika, siento estar a sola con ella, cantando solo para mi. Su voz vocalizando sus canciones, mezcla de sufrimiento, dolor, arte y felicidad del desamor, no me dejan indiferente. Nadie quiere dejar ir a esa artista fabuloso, la aplaudimos una y otra vez para ver regresar une estrella bajo la luz parisiena. Al terminar el concierto y las interminables y más sabrosas prolongaciones de su función, salgo feliz del lugar rememorándome sus ultimas palabras: “Nosotros somos dueños del tiempo… nosotros inventamos el tiempo”.
Amanda me saca de mis pensamientos manifestando que se les quedaron sus cigarrillos en casa. Le ofrezco uno de los míos, al presentarle el mechero encendido me cuesta concentrarme en fijar mi mirada sobre el cigarrillo y no sobre ella. Les informo que voy a regresar a pie hasta el hotel y los dos en conjunto me aconsejan de mejor tomar el metro con ellos. No me puedo negar a tal invitación, no conozco estos barrios de noche. Maxime, siempre tan caballeroso, me presenta un ticket de metro para que no comprara uno, se lo rechazo con amabilidad. Amanda, que ya saco su abono del bolso, me dice “pégate a mi”. Me quedo 5 segundos en el aire con cara de boba, de no saber que hacer pero ella me tomo la mano y me sumerjo entre las barras de hierros contra ella. Estamos demasiado cerca una de la otra.
Esperando el metro, hablamos del concierto y de las entrevistas de Buika. Por suerte, las he visto casi todas y comparto con ella la capacidad de Buika en contestar de forma extraordinaria a preguntas a veces tan tontas de los entrevistadores. Hasta que me desencaja aprobando “le ménage à 3” de la artista. No sé que opinar al respeto, prefiero callarme. Maxime se tiene que quedar en la primera parrada, yo la cuarta y Amanda casi el terminus. Al bajarse del metro, Maxime se despide con educación, ella se sienta y me acomodo en el asiento de al lado. Vertiginosamente, en una cuantas palabras, me da la información de que viene de terminar con su novio y agrega que quizás mejor debería buscarse una novia. Me rio a carcajada, es tan típico! “Las cosas no funcionan así”, le suelto. Le explico brevemente mi punto de vista. Me mira atentamente y no sé de donde me sale la valentía para hacer mi coming-out. “Pero eso ya lo sabias eh”, agrego. Lo niega y me clava su mirada con más intensidad. Siento que espera que le diga algo. Sin pensarlo, impulsivamente, le propongo ir a tomarnos algo. No finge mirar el reloj, no finge pensarlo, escucho un “si”, neto, firme, sin duda. No me lo esperaba.
Entramos en un café típico parisino por la decoración, ella se dirige de instinto hacia el fondo, un lugar tranquilo a solas. Me pide consejos sobre cervezas, le recomiendo la que me parece combinarse mejor a su estilo: una rosada de cerezas, afrutada, ligera. Por mi parte, elijo una copa de un vino tinto argentino. Apenas brindamos que los temas surgen, nada de concreto, nada de nuestro pasado, reflexiones sobre la vida, las cosas. Todo parece sacado de un libro de la categoría romance, no puedo creerlo. Ella no despega su mirada de mí, sus ojos relucidos en almendra. Se ríe a carcajadas, se ve preciosa y yo estoy compartiendo con ella. Que querrá de mi? Me cuesta entender la situación. Ella, yo, a esa hora, en ese lugar. Se lo pregunto sin vueltas, su respuesta no me da más informaciones y decido actuar, dejándome llevar por el momento. Me musita : “Relájate, estamos conversando bien. Me encanta la conversación, tu forma de hablar, hablas como Buika”. Me parece un alago muy grande pero no la quiero contrariar.
La segunda ronda esta servida. Nuestras voces se hacen mas suaves, sus ojos mas tiernos, nuestra proximidad mas obvia. La mesa entre nosotras se siente ausente, su nariz se encuentra a menos de 10 centímetros de la mía. Mis lentes están sobre la mesa, ella los toma y se los coloca sobre la nariz. Me rio graciosamente comentándole que viene de envejecer de 5 anos de pronto. Se sonríe : “Te ves mejor, mas bonita sin ellos, deberías quizás cambiarlos”. Me quedo sin palabra. No por el consejo, pero la traducción que hace mi mente de sus palabras: se ha fijado en mí! Por mi silencio, ella teme haberme ofendido y me da la confirmación en filigranas de mi interpretación. Con un gesto sensual, se quita los lentes y le pido que se los vuelva a poner. Nos comemos con la mirada mediante el cristal mineral. Acerco mi rostro un poco mas al suyo, manteniendo la energía que nos transmitimos. Somos como dos víboras hipnotizándose. Recuerdo los versos de Cortázar : “Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos”. Hasta que mi boca rosa la suya, no siento mis otros miembros, solo la suavidad de nuestros labios acariciándose lentamente. Nos contestamos mutuamente en un idioma que solo los enamorados conocen. Pierdo la noción del tiempo. Cuantos minutos, segundos habrán pasado? Vuelvo a recobrar mi postura, retomando el contacto con la mirada. Amanda me sonríe con una expresión de absoluto bienestar, y siento un calambre de felicidad. Volvemos a conversar un par de minutos, hasta que un impulso de pasión nos lleva a besarnos nuevamente. Ya no nos podemos esconder. Yo la deseo y ella a mi.